GURDJIEFF ARGENTINA

La belleza de los manuscritos antiguos


En la Edad Media, hasta 145o aproximadamente, año en que se inventó la imprenta, los libros eran comparables a una joya, una rara joya. Cada uno era único. El libro se hacía completamente a mano. Cada letra y cada dibujo se pintaba primorosamente. Al comienzo de la Edad Media, los manuscritos iluminados solían realizarse en los monasterios, para su propio uso o para regalar, pero posteriormente comenzó a comercializarse entre las clases más pudientes. Se les llamaba iluminados porque se usaba oro o plata en sus dibujos, con lo que brillaban espectacularmente. Pero incluso si no se añadían estas pinturas especiales, los manuscritos con imágenes coloreadas seguían siendo de una gran belleza decorativa, auténticas obras de arte.



























Estas hojas manuscritas y decoradas pertenecen a un libro escrito en 1460, "Epitre d'Othea" por Christine dePizan, la primera mujer conocida que pudo dedicarse a la escritura de manera profesional, es decir, vivió de ello. La osada mujer nació en la corte de Carlos V de Valois, en Francia, pues su padre era médico del rey, y tuvo la suerte de tener una buena educación. Al morir su marido y dejarla sola con hijos a los que mantener, decidió sacar partido a su talento de escritora. Y tuvo éxito; gracias a sus contactos con la aristocracia vendió libros y hasta disfrutó de un mecenas. Pero ella, sobre todo, es recordada y valorada hoy en día, por ser una de las primeras defensoras de los derechos de las mujeres, rebelándose con su ágil pluma contra los prejuicios que relegaban a la mujer a un segundo plano. Su obra más famosa es "La ciudad de las mujeres". Esta obra no trata de eso, sino que es un compendio de instrucciones morales para enseñar al joven noble a ser un perfecto caballero. Como se puede ver en las imágenes, abunda la fantasía, las historias de conquistas, las luchas con dragones y monstruos y el bello amor cortés, tan idealizado en la época.

 


Los dibujos sorprenden por su sencillez y su ingenuidad; por esa imaginación espontánea, que recuerda el arte directo de los niños, y que se alimentaba de las tradiciones, fantasías y valores de la Edad Media, donde la realidad y la magia a menudo se daban la mano.
Las letras del finísimo calígrafo, los expresivos dibujos, y la belleza de las letras que encabezan los capítulos hacían de éste, y de tantos otros libros, una pieza plena de belleza, pero también de calidez, pues en ella puede palparse el amor y la dedicación de sus creadores.


 

 

 


 

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