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La Búsqueda Interior como Laberinto en los Mitos

La aventura del autoconocimiento no es un recorrido fácil, ni mucho menos una misión libre de peligros reales; una oscura profundidad debe ser superada antes de encontrar el verdadero tesoro.

El sendero del héroe salvador, junto al predicamento especial de la existencia humana, quedan expresados de manera especial en el mito griego del Minotauro. Se remonta varios miles de años, al igual que los laberintos, cuyo origen data aproximadamente de unos 3.500 años atrás. Y en nuestra especial búsqueda de trascendencia espiritual, el laberinto surge como un instrumento de lucha interior.

Según la leyenda, el gran Minos, rey de la isla de Creta, hijo de Zeus y de Europa, en el período de su supremacía comercial, contrató al celebrado arquitecto Dédalo para que diseñara y construyera un artefacto con el propósito de ocultar en él, algo de lo cual el palacio estaba al mismo tiempo avergonzado y temeroso.


Minotauromaquia


Tiempo atrás, el rey Minos competía con sus hermanos Radamantis y Sarpedón para suceder a su padre, el rey Asterión, y un día pidió a Poseidón que le enviara un toro surgido del mar como señal, pues sostenía que el trono era suyo por derecho divino y, como sello de su plegaria, prestó el juramento de sacrificar al animal inmediatamente como ofrenda en su nombre y símbolo de su servidumbre. Poseidón acudió a sus súplicas y le entregó un toro magnífico, blanco como la nieve y nacido de los océanos, y así Minos subió al trono. Sin embargo, maravillado por la majestuosidad de aquella bestia, Minos pensó en las ventajas que le traería ser dueño de tal ejemplar y decidió arriesgarse sacrificando otro toro en su lugar, pues suponía que el dios del océano no se daría cuenta de esta sustitución. Así ofrendó en el altar de Poseidón el mejor toro blanco que poseía y agregó el otro a su ganado.

El imperio cretense había prosperado grandemente bajo el sensato gobierno de este venerado y respetado legislador. Cnosos, la capital, se convirtió en el centro espléndido y elegante de la más importante fuerza comercial del mundo civilizado. Las flotas cretenses iban a todas las islas y puertos del Mediterráneo; las mercancías de Creta eran apreciadas en Babilonia y en Egipto.

Pero Poseidón, en su ira por aquel engaño, inspiró en Pasífae, la esposa de Minos, una irrefrenable pasión por el hermoso toro blanco. La esposa del rey deseaba seducir al toro y solicitó la incomparable habilidad del artista de Creta, Dédalo, para que le construyera una vaca de madera que pudiera engañar al toro, de forma que Pasífae se escondiera en su interior. La reina logró engañar al toro y finalmente consumó sus deseos. El resultado de esta unión contranatura fue Asterión, el Minotauro. La reina dio a luz un monstruo mitad hombre, mitad toro, el cual con el paso del tiempo llegó a convertirse en un peligro.

El Minotauro sólo comía carne humana, y conforme crecía se hacía más salvaje. Cuando la criatura se volvió incontrolable, el rey llamó a Dédalo para que le construyera una prisión gigantesca con incontables pasajes ciegos, con el fin de esconder aquel engendro y que no pudiese escapar. Tan perfecta fue la confección del laberinto, que Dédalo mismo, cuando lo hubo terminado, difícilmente pudo regresar a la entrada. En sus profundidades fue encerrado el Minotauro y desde entonces fue alimentado con mancebos y doncellas vivos, arrebatados como tributo a las naciones conquistadas por el dominio cretense.




Para desgracia de Minos, uno de sus hijos, Androgeo, fue asesinado en Atenas después de una competición olímpica en la que resultara campeón. El rey de Creta declaró entonces la guerra a los atenienses y a su rey, Egeo. Minos atacó el territorio ateniense y, ayudado por la peste que azotó a los asediados, conquistó Megara y logró la rendición de Atenas. La victoria de Minos imponía varias condiciones por esta rendición, y se dice que el Oráculo de Delfos fue el que aconsejó a los atenienses que ofreciesen un tributo a Creta. Así, una de las condiciones era la de entregar siete mancebos y siete doncellas como sacrificio para el Minotauro. Los catorce jóvenes eran internados en el laberinto, donde vagaban perdidos durante días hasta encontrarse con la bestia, sirviéndole de alimento.

Años después de haberse impuesto el castigo a los atenienses, Teseo, hijo de Poseidón, se dispuso a matar al Minotauro para liberar a su patria de la condena de Minos. Entonces ideó la manera de viajar junto al próximo grupo de mancebos y doncellas atenienses destinadas al sacrificio.

Ariadna, hija del rey Minos, se enamoró de Teseo cuando lo vio desembarcar del bote que había traído al lastimoso grupo de mancebos y doncellas atenienses para el festín del Minotauro. La princesa encontró la manera de hablar con él y sabiendo lo que se proponía, le rogó que desistiera en su intento de luchar contra el Minotauro, pues eso le llevaría a una muerte segura, pero finalmente Teseo la convenció de sus habilidades. Ariadna, viendo la valentía del joven, le dijo que le daría los medios para salir del laberinto con facilidad, pero sólo si prometía llevársela de Creta y hacerla su esposa. Él lo prometió así. Entonces Ariadna pidió ayuda al gran Dédalo, por cuyo arte había sido construido el laberinto y había sido posible el encuentro de la madre de Ariadna con el padre del Minotauro. Dédalo le dio simplemente un ovillo de hilo de lino, el cual debía ser amarrado a la entrada del laberinto, para que el héroe lo desenrollara conforme avanzara.

El día del sacrificio, Minos ordenó a los catorce jóvenes que entraran al laberinto. Ariadna entonces le entregó a Teseo el ovillo para que pudiera seguir el hilo de vuelta a la entrada (y salida) del laberinto. El héroe y los demás jóvenes se internaron en el laberinto y después de varias horas de caminar por sus pasillos, se encontraron con el monstruo. Teseo batalló formidablemente contra él y después de una lucha encarnizada, logró matarlo. Y para salir del laberinto, Teseo siguió de regreso el hilo que Ariadna le había dado, y así pudo guiar hasta la salida a los demás jóvenes.


Interpretación

El mito del Minotauro es uno de los relatos de la antigüedad más profundos y ricos en significado. Quizás comparta alguna semejanza con el mito de la caverna de Platón, en cuanto a la función de Teseo como el hombre que posee la capacidad de liberar a aquellos jóvenes internados en la oscuridad del laberinto. Corresponde, en efecto, a la función del Boddhisatva, el hombre destinado a ser un Buda pero que no ha querido alcanzar el Nirvana hasta no haber conseguido también la liberación espiritual de todos los seres.

De acuerdo con el reconocido mitógrafo Joseph Campbell, primero debe tomarse en cuenta que el rey Minos no pudo culpar a su esposa de la existencia del Minotauro, pues era conciente de que la responsabilidad había sido enteramente de él: "Había hecho de un asunto público, un negocio personal, sin tener en cuenta que el sentido de su investidura como rey implicaba que ya no era meramente una persona privada". El Minotauro fue el resultado de los errores del rey: "el haberse negado a cumplir su juramento a Poseidón. El sacrificio del toro habría simbolizado su absoluta aceptación y sumisión a las funciones de su dignidad. Poseerlo para sí mismo significaba, en cambio, un impulso de engrandecimiento egocéntrico". El Minotauro, por lo tanto, no representa más que una cosa: un estado corrupto del rey; es el propio rey convertido en tirano, y ¿qué puede provocar la corrupción sino el vicio del egoísmo?

"Así como los ritos tradicionales de iniciación enseñaban a morir para el pasado y renacer para el futuro bajo un nuevo espíritu, los grandes ceremoniales de la investidura lo desposeían de su carácter privado y lo investían con el manto de su vocación. Ese era el ideal, ya se tratara de un artesano o de un rey. Por el sacrilegio de haber rehusado el rito, el individuo se separa como unidad de la unidad mayor de la comunidad entera; el Uno se disgregaba en los muchos, y éstos se combatían los unos contra los otros", luchando cada uno por sí mismo en un exacerbado individualismo, y sólo podían ser controlados por la fuerza.

En muchas culturas el recorrido del laberinto, así como el descenso a los infiernos en distintos relatos, ha representado el viaje del alma humana al mundo material: el hombre se adentra al misterio de la vida y de la existencia, recorre largos pasadizos oscuros, y sus experiencias y aprendizajes en este laberinto le ayudan a tomar mejores decisiones y caminos que le conducirán finalmente a la prueba final: la derrota del Némesis, el Alter Ego, que reside nada más y nada menos que en las profundidades de su propia conciencia. Una vez derrotada esta bestia interior, y sólo con la ayuda del hilo mágico, entregado por esa virgen, la mujer, la diosa, el hombre puede salir de la oscuridad del laberinto para volver a ver la luz del Sol. Aquellos que consiguen escapar del laberinto han conseguido a la vez un elevado estado de conciencia conocido en todas partes como Iluminación.

Para Fulcanelli, como expresa en su célebre tratado alquímico, Le Mystère des Cathédrales, los laberintos de los templos góticos son un instrumento iniciático que conducen a esa Iluminación: "La imagen del laberinto se nos presenta, pues, como emblemática del trabajo entero de la Obra, con sus dos mayores dificultades: la del camino que hay que seguir para llegar al centro (donde se libra el duro combate entre las dos naturalezas) y la del otro camino que debe enfilar el artista para escapar de aquel. Aquí es donde necesita el Hilo de Ariadna, si no quiere extraviarse en los meandros de la Obra y verse incapaz de encontrar la salida".




El Hilo de Ariadna, una solución simple y aparentemente insignificante, es poco lo que necesitamos realmente, pero sin ello, la aventura dentro del laberinto es desesperada. ¿Dónde está la guía, esa graciosa virgen, Ariadna, para entregarnos la sencilla clave que nos dará valor para encarar al Minotauro y los medios para volver a la libertad cuando la bestia sea destruida?

El hilo representaría una sencilla llave de la Naturaleza, una sabiduría que es conocida por todos, está dentro de cada uno y en todas partes, pero es difícil de ver a simple vista con una mente rígida y poco abierta. Este conocimiento guía al héroe hacia la salida, que una vez fue también la entrada.

Aunque el laberinto represente al mundo material, así como a las dificultades de la vida, este estado de exteriorización no representa, mas que en un último sentido, la muerte del cuerpo físico, sino más bien la muerte de la vieja conciencia y el nacimiento de una nueva. Hay así una continua recurrencia a la Palingenesia, es decir, al renacimiento y la regeneración que nulifica las inevitables recurrencias del cambio y de la muerte. Sólo el nacimiento puede contrarrestar a la muerte; el nacimiento, no de algo viejo, sino de algo nuevo. Si las serpientes no cambiasen de piel, morirían; ellas renacen de las cenizas de su vieja piel, justo como un fénix, y lo hacen con una piel nueva.

Y así como todos los días millones de nuestras células mueren y son reemplazadas por células nuevas, así en todo momento debemos dejar que las aguas fluyan libremente y evitar el estancamiento que genera la peste, hay que sufrir una transformación constante, una inmolación de nuestro interior, desintegrarse totalmente para poder nacer otra vez, en una nueva vida, en una nueva conciencia. Porque "Nadie remienda un vestido viejo con un pedazo de tela nueva, porque el pedazo nuevo agrandaría la rotura. Ni tampoco se vierte vino nuevo en odres viejos; pues de otro modo, los odres revientan, el vino se derrama, y los odres se echan a perder. El vino nuevo se vierte en odres nuevos y así se conservan el vino y los odres". (Mateo, 9: 16-17).

Teseo, el héroe que mató al Minotauro, vino a Creta de fuera como símbolo y brazo de la creciente civilización de los griegos. Era lo nuevo y lo vivo. Es la figura del dominio de las fuerzas destructivas, del Monstruo-Tirano de todas las mitologías, cuentos de hadas y mitos modernos. Es el propio rey quien cobra conciencia de sus errores y se propone enfrentar a su pasado tormentoso. Pues de nada sirve contener en una prisión nuestros problemas más dolorosos y destructivos, no podemos encadenarlos esperando vivir tranquilamente sin llegar a atraer las consecuencias.

Todo este simbolismo puede ilustrarse incluso en el uso histórico que en la Edad Media se le daba a un famoso laberinto ubicado en Francia. Este laberinto que data de 1205, conocido también como "la legua de Jerusalén", se encuentra en la nave mayor de la catedral de Chartres, cuyos 13 metros de diámetro lo convierten en el mayor de los conservados para la época gótica. Ofrece una sola ruta posible a través de una línea continua que recorre 262 metros, formando alrededor 11 círculos concéntricos hasta llegar al centro que posee un diseño de roseta hexagonal, en el que aparecían representados Teseo y el Minotauro, figuras actualmente desaparecidas.


Laberinto de la catedral de Chartres

Aquellos cristianos que se sentían arrepentidos y que buscaban el perdón de hasta el más vil de los pecados, tenían la posibilidad de ser absueltos mediante una peregrinación hacia Tierra Santa, sin embargo, aquellos que no eran capaces de emprenderla, debido a la pobreza, la vejez, u otras afecciones físicas, en lugar de emprender un camino de diez mil horas de marcha, tenían la alternativa de recorrer de rodillas esta "legua corta" del laberinto de Chartres, y creían que así obtenían la misma satisfacción espiritual como si hubieran viajado personalmente a Jerusalén.

Existen indicios de que en el lugar que hoy ocupa la catedral de Chartres existía desde tiempos anteriores a la era cristiana un altar (o según algunos autores, una gruta), dedicado a la Diosa Madre de la mitología druídica, siendo esta localidad un importante centro religioso para la tribu celta de los carnutos. Esta particularidad se ha relacionado con el hecho de que Chartres se haya convertido en un importante centro de veneración a la Virgen María, "Nuestra Señora". Asombrosamente, al otro lado del Atlántico, los indios hopi (nativos americanos) consideran al laberinto como símbolo de la Madre Tierra. Este símbolo es comúnmente conocido como Tapu'at (la madre y el hijo) que representa el renacimiento espiritual o purificación que se produce al pasar de un mundo hacia el siguiente; de un viejo estado de conciencia, hacia otro nuevo.

 
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