GURDJIEFF - ARGENTINA
 
 
 

SOBRE LA DECADENCIA DEL ARTE DE
MENTIR Mark Twain
Ensayo para ser leído y discutido en reunión del club de historiadores y anticuarios
de hartford, propuesto para el premio de treinta dólares. Ahora publicado por primera
vez.


OBSERVEN BIEN, NO PRETENDO insinuar que la costumbre de mentir haya sufrido
decadencia o interrupción algunas... no. Y es que la mentira, en tanto virtud y principio, es
eterna; la mentira en tanto recreación, respiro y refugio en tiempos de necesidad, la Cuarta
Gracia, la Décima Musa, la mejor y más segura amiga del hombre, es inmortal, y no
desaparecerá de la faz de la tierra mientras exista este club.
Mi queja se refiere sólo a la decadencia del arte de mentir. Ningún hombre de principios,
ninguna persona en sus cabales, puede ser testigo de la forma de mentir torpe y descuidada
de la época presente, sin dolerse de ver tan noble arte así prostituido. En presencia de tan
nutrido grupo de veteranos, naturalmente abordo el terna de manera tentativa; soy como
una solterona tratando de enseñar puericultura a quienes han sido madres por milenios. No
me quedaría bien criticarlos a ustedes, caballeros, pues todos son mayores que yo —y
superiores a mí en este asunto— y, por ende, si de vez en cuando parezco hacerlo, confíen
en que, en la mayor parte de los casos, lo hago con espíritu de admiración más que por
buscarles los defectos. Es más, si ésta, la más bella de las bellas artes, hubiera recibido en
otras partes la atención, el aliento, la práctica consciente y el desarrollo que ha recibido en
el presente club, no necesitaría yo pronunciar este lamento o derramar lágrima alguna. No
lo digo para adularlos: lo digo en un espíritu de reconocimiento y apreciación justos.
(En este punto había tenido la intención de mencionar nombres y dar ilustraciones de
especimenes precisos, pero los indicios observables a mi alrededor me aconsejaron evitar
los detalles y ceñirme a las generalidades.)
No existe hecho más firmemente establecido que el de considerar la mentira como una
necesidad de nuestras circunstancias…por tanto, la deducción de que es una virtud, por
sabida se calla. Ninguna virtud puede llegar a su máximo esplendor sin ser cuidadosa y
diligentemente cultivada...; por ende, se cae de su peso que ésta debería enseñarse en las
escuelas públicas, al calor del hogar, y hasta en los periódicos. ¿Qué posibilidades tiene un
mentiroso ignorante y poco cultivado al lado de un experto educado? ¿Qué posibilidades
tengo yo con Mr. Pe.... un abogado? Mentiras juiciosas es lo que el mundo necesita. A
veces pienso que sería aún mejor y más seguro no mentir en absoluto, que hacerlo con falta
de juicio. Una mentira torpe y poco científica suele ser tan poco efectiva como la verdad.
Veamos ahora qué opinan los filósofos. Observen este venerable proverbio: “Los niños
y los tontos siempre dicen la verdad”. La deducción es obvia: “Los adultos y los sabios
nunca la dicen”. Parkman, el historiador, comenta: “El principio de la verdad se puede
llevar hasta el absurdo”. En otro lugar del mismo capítulo escribe: “Es viejo el dicho de que
no se debe decir la verdad todas las veces, y aquéllos cuya conciencia enferma los preocupa
y los lleva a la violación habitual de la máxima son imbéciles y latosos”. Las palabras son
fuertes, pero verdaderas. Nadie podría vivir con alguien que todo el tiempo ande diciendo la
verdad; pero, gracias a Dios, nadie tiene que hacerlo. Alguien que a toda hora dice la
verdad es simple y llanamente un ser imposible e inexistente; jamás ha existido.
Claro que hay quienes piensan que jamás mienten: pero se equivocan... y esta ignorancia es
uno de los aspectos que nos hacen sentir vergu¨enza de nuestra mal llamada
civilización.Todo el mundo miente, todos los días, a toda hora; despierto, dormido, en los
sueños, en medio de la dicha, en su hora de dolor; aunque no mueva la lengua, ni las
manos, ni los pies, ni los ojos, con la actitud expresa el engaño... y lo hace ex profeso. Aun
en los sermones... pero basta ya de la cantinela.
En un país distante, donde viví hace tiempos, las mujeres solían salir a hacer visitas con
el pretexto humanitario y noble de quererse ver, y cuando regresaban a sus casas
exclamaban con voz de contento:
—Hicimos dieciséis visitas y he aquí que catorce personas habían salido.
Con ello no querían decir que les había parecido malo que las catorce hubieran salido;
no, ésta era sólo una manera de querer decir que no estaban en casa... y su modo de decirlo
expresaba lo mucho que les había gustado el hecho. Ahora bien, su pretensión de querer ver
a las catorce —y a las otras dos con las que habían tenido menos suerte— es la forma de
mentira más común y más suave, que se ha descrito muchas veces como desviación de la
verdad. ¿Fue justificable? Claro que sí: fue hermosa y fue noble, pues su objetivo no fue
obtener beneficios propios sino procurar un placer a las dieciséis personas.
El traficante de verdades empedernido manifestaría con franqueza que no quería ver a
esas personas... y sería un burro, pues infligiría un dolor del todo innecesario. Y, además,
esas mujeres de aquel lejano país... pero, no importa, tenían miles de agradables maneras de
mentir, producto de sus impulsos nobles, que daban crédito a su inteligencia y honor a sus
corazones. Qué importan los detalles.
Los hombres de aquel lejano país eran, sin excepción, mentirosos. Hasta su saludo era
una mentira, porque a ellos no les importaba cómo estuviera uno, a no ser que fueran
empresarios de pompas fúnebres. Al preguntón normal le daban una respuesta mentirosa
también, pues uno no hace un diagnóstico concienzudo de su estado sino que contesta al
azar, y por lo general se equivocaba de cabo a rabo. Le mentían al empresario de pompas
fúnebres, diciéndole que la salud les estaba flaqueando... mentira totalmente loable, pues no
cuesta nada y complace al otro. Si un extraño lo visitaba a uno y lo interrumpía, con los
labios uno pronunciaba un caluroso: “Encantado de verte” y con el corazón, un más
caluroso: “Ojalá estuvieras con los caníbales y fuera hora de la cena”. Cuando se iba
alguien, se decía con lástima: “í,Ya te tienes que ir?”, seguido por un ‘Volvemos a hablar”,
pero no se hacía ningún daño con ello, porque no se engañaba a nadie ni se infligía lesión
alguna, mientras la verdad los habría hecho desgraciados a los dos.
Me parece que esta forma cortés de mentir es un arte amable y fascinante, que debe
cultivarse. La perfección más elevada de la cortesía no es más que un hermoso edificio,
construido, desde la base hasta el techo, con las modalidades doradas y graciosas dcl
embuste altruista y caritativo.
Lo que me parece execrable es la incidencia, cada vez mayor, de verdades brutales.
Hagamos lo que esté en nuestras manos para erradicarlas. Una verdad injuriosa no vale más
que una mentira injuriosa. Ninguna debe ser enunciada jamás. El hombre que dice una
verdad injuriosa por miedo a que no se salve su alma si hace lo contrario, debería pensar
que esa clase de alma estrictamente hablando no vale la pena salvarse. El hombre que dice
una mentira para sacar a un pobre diablo de un lío, es aquel del que los ángeles sin duda
dicen: “Loor, he ahí un alma heroica que pone en peligro su propio bienestar para socorrer
al vecino; exaltemos a este mentiroso que muestra tanta magnanimidad”.
Una mentira injuriosa no es digna de encomio; así como, y también en el mismo grado,
no lo es una verdad injuriosa.., hecho reconocido por la ley del libelo.
Entre otras mentiras comunes tenemos la silenciosa: el engaño que se hace simplemente
quedándonos callados y ocultando la verdad. Muchos defensores a ultranza de la verdad
caen en tal defecto, al imaginarse que no están siendo mentirosos si no dicen expresamente
una mentira. En aquel país lejano donde alguna vez residí, existía una persona encantadora,
una dama cuyos impulsos eran siempre elevados y puros, y cuyo carácter les hacía honor.
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Un día que estaba comiendo allí, comenté, de modo general, que todos mentimos. Ella se
sorprendió y dijo:
—No todos.
Como esto sucedía en tiempos posteriores al Pinafore, no respondí lo que naturalmente
liaría, sino que dije con franqueza:
—Sí, todos.., todos somos mentirosos; no hay excepciones.
Aparentando estar muy ofendida, dijo:
— ¿Me incluyes también a mí?
—Ciertamente --dije—, creo que tú hasta clasificas como experta.
Entonces respondió;
—¡Cá1late! ¡Los niños! —de modo que cambiamos el tema en consideración a la
presencia de los infantes, y seguirnos hablando de otras cosas. Pero tan pronto se retiraron
éstos, la dama muy entusiasmada volvió al tema y dijo:
—Tengo por regla de vida nunca decir una mentira, y jamás me he apartado de ella ni en un
solo caso.
Yo le contesté:
—No quiero herirla o faltarle al respeto de ninguna manera, pero es imposible haber
dicho más mentiras que las suyas desde que ha estado aquí. Y mc ha ocasionado mucho
dolor, porque yo no estoy acostumbrado a eso.
Ella me pidió un ejemplo.., sólo uno. Entonces dije:
—Bien, aquí tiene el duplicado vacío de un formulario que el hospital de Oakland le
envió con una enfermera que vino aquí a cuidar a su sobrinito en su grave enfermedad. En
este formulario hacen toda clase de preguntas relacionadas con la conducta de la enfermera:
¿Se durmió alguna vez en su vigilia? ¿Alguna vez olvidó dar la droga?, etc. Le advierten
que sea muy cuidadosa y explícita en sus respuestas, porque la buena marcha del servicio
depende de que las enfermeras sean multadas o se las castigue por las faltas cometidas.
Usted me contó que estaba fascinada con esa enfermera, pues tenía mil cualidades y un solo
defecto: que no podía confiarse en que arropara a Johnny lo suficiente mientras él esperaba
en el aire frío a que ella le tendiera la cama caliente. Usted llenó el duplicado de este papel
y lo envió al hospital por conducto de la enfermera. Cómo respondió usted a la pregunta
“¿Fue culpable alguna vez la enfermera de un acto de negligencia que pudiera dar como
resultado que el paciente se resfriara?”. Vamos, aquí en California..., todo se decide con
una apuesta: diez dólares contra diez centavos a que usted mintió cuando contestó esa
pregunta.
—¡No la contesté; la dejé en blanco! —dijo ella.
—Eso mismo… usted dijo una mentira silenciosa; dejó que se infiriera que no había
encontrado ningún defecto en ese punto.
-¿Oh, era eso una mentira? ¿Y para qué mencionar su único defecto siendo ella
tan buena...? Habría sido cruel —dijo ella.
Contesté:
—Uno siempre debe mentir cuando puede hacer un bien con la mentira, y su impulso
fue correcto, pero su juicio pobre; esto es el producto de una práctica poco inteligente.
Ahora observe el resultado de esta desviación inexperta suya. Usted sabe que Willie, el hijo
de Mr. Jones, está gravísimo, pues padece de fiebre escarlata. Resulta que su
recomendación fue tan entusiasta que esa muchacha está allá cuidándolo, y sus familiares,
que estaban exhaustos, se confiaron y se quedaron profundamente dormidos las últimas
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catorce horas, dejando a su hijo querido con plena confianza en esas manos fatales, porque
usted, al igual que el joven George Washington, tiene reputación de... sin embargo, si usted
no tiene mejor programa, mañana vengo para que asistamos juntos al entierro, porque, claro
está, supongo que usted sentirá un peculiar interés en el caso de Willie...; un interés
personal, de hecho, como la persona que lo llevó a la tumba.
Pero todo eso se perdió. Antes de que yo llegara a la mitad de lo que iba a decir, la
mujer se montó en un coche y a treinta millas por hora se embocó hacia la mansión de los
Jones para salvar lo que quedara de Willie y relatar cuanto sabía de la enfermera fatal. Todo
lo cual era innecesario, pues Willie no estaba enfermo; yo había mentido. Pero en todo
caso, ese mismo día envió unas palabras al hospital para llenar el espacio vacío que había
dejado sin contestar, y estableció los hechos, además, de la manera más franca y directa.
Bien; como ustedes pueden ver, el problema de esta mujer no estaba en que mintiera,
sino en que no lo hiciera de manera juiciosa. En ese caso debió haber contado la verdad, y
haberle compensado a la enfermera con una alabanza fraudulenta más adelante. Podría
haber dicho: “En un aspecto, la enfermera es el non plus ultra de la perfección: cuando está
de guardia, jamás ronca”. Casi cualquier mentirilla agradable le habría sacado el veneno a
esa complicada pero necesaria formulación de la verdad.
La mentira es universal.., todos mentimos; todos tenemos que hacerlo. Por tanto, lo
sabio es educarnos con diligencia a fin de mentir de manera juiciosa y considerada; a fin de
mentir con un buen propósito y no con uno pérfido; a fin de mentir para ventaja de los
demás y no para la nuestra; a fin de que nuestras mentiras sean aliviadoras, caritativas y
humanitarias, y no crueles, letales o maliciosas; a fin de mentir de manera agradable y
graciosa, no torpe y tonta; a fin de mentir con firmeza, franqueza y desfachatez, con la
cabeza en alto, sin vacilaciones ni torturas, sin actitudes pusilánimes, como si nos
avergonzara el gran deber que tenemos de hacerlo. Sólo así nos desharemos de la verdad
hedionda y pestilente que está corroyendo la tierra; sólo así seremos valiosos, buenos y
bellos, moradores meritorios de un mundo en el que incluso la naturaleza benigna suele
mentir, excepto cuando promete mal tiempo. Sólo entonces..., pero no soy más que un
pobre estudiante nuevo de este arte gracioso, y no soy nadie para instruir a este club.
Hablando en serio, creo que es imprescindible examinar con inteligencia qué tipos de
mentiras son las mejores y más saludables, dado que todos tenemos que mentir y que todos
mentimos; y qué tipo de mentira es mejor evitar. Considero que esto es algo que con toda
confianza puedo poner en las manos de este club de expertos, una entidad madura, a la que
puede ponérsele el epíteto a este respecto, y sin adulación inmerecida, de “Maestra
Emérita”.

 


 
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